Feria
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Ana Iris creció escuchando a sus abuelos el relato de dos mundos que se desvanecen. Los feriantes se quejaban de que cada vez había más trampas y menos perras, ya que la vida se convertía en una feria de vanidades, haciendo que la auténtica feria perdiera sentido. Por otro lado, sus abuelos campesinos le transmitieron el arraigo mágico de la tierra. Uno de ellos la llevó a un almendro que había plantado, considerándolo su sombra. La historia es una oda salvaje a una España que ya no existe, representada en una foto que su abuelo guardaba, donde un gitano y un Guardia Civil compartían el espacio. Se presenta un relato directo de un tiempo no tan lejano, donde los niños disfrutaban de petardos sin preocuparse por los perros asustados. También se destaca que la infancia rural implica conocer el puticlub y reírse con el tonto del pueblo. Es un repaso a las grietas de la modernidad y una invitación a redescubrir lo sagrado: la tradición, la estirpe, el habla y el territorio. Se recuerda que lo que nos sostiene es la memoria. Ana Iris debe aprender sobre su tierra, su pueblo y su herencia familiar, sintiéndose así parte de una raza mítica.
